Cualquier cosa puede pasar en un mundo donde todo es
fantasía y casi nada es realidad. A la vuelta de la quinta esquina, en la
manzana donde vivía la abuela, allí mismo vivía una viejecita. Muy fea era ella
en su aspecto. Sombría y oscura su mirada. De brazos gordos y dedos flacos. Con
muchas pecas en todas sus manos, pero más manchada estaba su cara. Todo eso se
acentuaba por una muy seria verruga que casi le adornaba la frente con un poco
de seriedad.
Ella vivía sola y casi desvalida para los demás. En
algunas temporadas del año casi nadie la veía. Nadie sabía cómo comía ni que
hacia tanto tiempo allí dentro. Unos decían que era bruja. Otros decían que
simplemente estaba enferma y otros, aun más atrevidos, decían que ya había muerto y
que eso que a veces veían era solo su espectro, rondando por la casa, cuidando
un tesoro que se encontraba dentro y por el cual había muerto.
Por esa misma manzana vivía Juan, el hijo del carnicero. A
este niño le pasaba algo en particular. Algunos vecinos de él ni siquiera le
hablaban, era tan blanco y delgado que parecía que estaba enfermo. Lucia
siempre de aspecto frágil y un poco andrajoso. Por las calles se comentaba que
él era así desde que su madre había muerto cuando apenas tenía 3 años de edad. Nadie le preguntaba que le pasaba, pero
siempre eso decían.
Una tarde de esas en las casi nada suele pasar. Juan se
encontraba tratando de jugar con otros niños de su cuadra. Pocos le prestaban
atención; uno solo le mencionaba el nombre.
- “Juan, regrésamela”.
Era la pelota.
El se acercaba tímidamente a recogerla cuando escucha un
grito desde atrás – “¡apúrate! Que no tenemos todo el día”. A decir verdad, él era poco práctico con estas
cosas. Muchas veces torpe y sin puntería.
Juan recoge la pelota e intenta hacer el tiro de su vida.
Intentaba ponérsela en las manos al capitán del equipo “Los Quinto” que era el
equipo de su cuadra.
Juan lo mira tímidamente, apunta y siente el aire entre
sus manos; él solo deseaba hacerlo con un buen lanzamiento. Cierra los ojos y
allí va.
Poco tiempo pasa cuando escucha un - ¡Wooo! Y luego un murmullo entre los jugadores. Él la
había lanzado con fuerza y hasta con un poco de estilo, pero lo había hecho en
dirección de la casa de la bruja enferma muerta. Había caído en su patio y nadie
nunca nadie había entrado allí antes.
Muy pronto los
muchachos le reclamaron y le dijeron que tenía que buscar la pelota; sin ella
no había más juego, pues era la única que tenían. Juan no estaba muy convencido de entrar y mucho menos de querer ver a la señora de la casa; si era que
existía.
Para salir del paso y sin palabras con que alegar lo
contrario, Juan accedió a subir por una de las paredes del patio de la casa,
pero él solo quería ver si allí estaba la pelota. ¿No sería una broma lo que
estos muchachos querían jugarle? ¿De verdad caería en la casa?
El único amigo que le reconocía, se ofrece a sostenerlo
en su mano y darle impulso para que pueda subir el muro. Juan, un poco temeroso y bastante callado, mira
a su amigo a los ojos cuando este le dice casi al oído sin que los otros se den
cuenta – tranquilo, todo va a estar bien-. Coge impulso y se alza.
Una vez arriba, todo lo que podía ver era un montón de
plantas extrañas, de esas que dicen que son medicinales, de las que tienen
formas de partes del cuerpo; además veía muchas, muchas sombras. De repente,
por allá, logro ver algo. ¿Esa era la pelota? La tenía que recoger.
Salta la vacío un poco entusiasmado por la idea de ser
reconocido como el salvador del juego. “ellos serán mis amigos” se dice.
Cuando llega al suelo voltea hacia atrás y se da cuenta
que el muro parecía más alto de lo que era del otro lado. Con o sin ayuda jamás
podría salir por allí; el muro ya no era un pasaje, mucho menos una salida.
Sin ninguna otra salida, Juan emprende su búsqueda. Se
adentra en un matorral de hierbas y montes con olores raros y susurros
peculiares. Algunas de estas plantas se engancha en su ropa pero él logra
fácilmente zafarse de ellas. Poco a poco conoce cada vez más el lugar. Sabe que
ha visto barios materos con las mismas plantas; parece que hay una hilera de
pequeños retoños de esa planta que es verde y morada, de pétalos grandes y
carnosos. Es muy rara su flor. Como un color amarillo intenso y rojizo en su
centro; de aroma dulce y sutil a la vez.
Se detiene para obsérvala mas detenidamente. Se acerca un poco. Y
mientras más se acerca, más intenso es su olor.
Juan se da cuenta que de uno de sus pétalos puntiagudos
se encuentra colgando una delicada gota
transparente; ¿Será esto lo que tiene un olor tan dulce? Juan toca con
su dedo índice la frágil gota. Es como pegajosa. Es tan transparente que
parece brillar con la poca luz que a ella le llega. Acerca su dedo. La ve
detenidamente. Parece muy dulce y es tan bonita. Surge en él un deseo.
– La probaré- se
dice.
Al meter su dedo en su boca se da cuenta - ¡es amarga!,
sabe a metal - piensa. Intenta escupir pero esa gota pronto se diluye en su boca. Es muy amarga. Con el sabor amargo
aun en su boca vuelve a la realidad. Él solo quiere buscar la pelota. Gira su
cabeza y rastrea con su mirada un par de veces. La vuelve a divisar.
Cuando intenta acercarse a ella se da cuenta que su
cuerpo ya no es el mismo; esta como más pesado, sus parpados también están
pesados, todo él ya no es el mismo. Da forzosamente unos pasos y se acerca aun
más. Parece que las sombras se mueven y susurran como susurra el viento entre la
hojas. Ya casi llega. Esta apunto de cogerla cuando siente que ya no puede más
y se desploma. Solo cae libremente hacia el suelo. Parece eterno el trayecto.
Cae a la nada que siempre sostiene. Cuando de repente entre él y la nada se
interponen unos brazos que evitan su caída. Escucha un gemido y también un
golpe seco y profundo en el silencio cuando sucumbe ante la amargura de su
boca. Ya no sabe nada.
El amigo esperaba desde fuera una respuesta. El tiempo
pasa. Los ánimos y el asombro en los demás del grupo se disipan poco a poco
cuando cada uno decide irse a su casa. Ya es tarde. ¿Será que está muerto?
Una gota de sudor recorre su frente y cae por su cien. Un ventilador viejo
rechina en la pared esforzándose por lanzar hacia el muchacho algo de briza
fresca. Juan abre los ojos y distingue una tenue luz amarillenta reflejada en una
pared vieja y muy agrietada. El techo parece de paja roja muy oscura por el
polvo. Un pequeño Cristo de metal verdoso cuelga en la pared. Esta no es su casa, ni es su cuarto.
- Estas dentro de mi casa – dice la señora. Con una voz
carrasposa pero clara y directa. – Te he encontrado merodeando en mi patio,
buscando una vanidad – señala con un tono cada vez más grave y acucioso.
Juan se encuentra en la cama de la señora. Está un poco
perplejo por lo que estaba pasando; no sabía que decir o qué hacer. Esta
aterrado.
-Tomaste una gota de flor de furia, ella te muestra la
verdad; pero solo una verdad. –Señala la señora con voz misteriosa y ronca
mientras miraba a Juan desde la puerta de la habitación.
- ¿Buscabas la
pelota para satisfacerlos a ellos o a ti? Se ve que les importas mucho si te
dejaron venir solo a enfrentar a una bruja.
Juan no aguanta más. Dice con voz temblorosa y tímida -
¡ya señora! No me haga nada-. La señora le responde - ¿Por qué te importan tanto
ellos si no le dices tú verdad?
Esa pregunta era muy inesperada. - ¿Cuál verdad? -
Responde Juan aun mas intrigado que temeroso.
-La verdad que me dices a mí; la que ellos aun no ven y
al parecer la verdad que aun tu tampoco ves- dice la señora en voz baja.
-¿pero cuál verdad? – Responde Juan impetuoso -¿Qué soy
un rechazado y que nadie quiere estar conmigo? ¿Qué mi mamá ni mi papá quieren
estar conmigo? Por eso es que mi papá trabaja todo el día y ¡mi mamá! Mi mamá.
–Juan se queda en silencio sin poder continuar respondiendo.
Tras un largo silencio pregunta la señora ya un poco más
seria y sin tantos rodeos -¿esa es tu verdad o la de ellos Juan? Yo quiero que
me digas tu verdad – termina de decir la señora con entonación solemne y
compasiva.
Juan ya no le teme a esta señora, la mira a los ojos aunque
aún no sabe que responder. Surgen en él muchos sentimientos pero uno resalta
entre todos. Es la rabia. La furia. Siente que le han querido imponer verdades
desde fuera, verdades que no son de él, que son de los demás.
Eres torpe. Eres flaco. No te nutrieron. Eres débil. Carente.
No te quieren. No te aprueban. No te aceptan. De pronto advirtió que parecía que
se convirtió en aquello que los demás definieron en él. Él era el espacio que
los demás le dejaron ser. La tristeza surge, pero más adelante emerge la rabia;
una furia que combate a una flaca tristeza para no morir. Es la furia que lo
hizo dormir y luego despertar mientras la tristeza lo adormecía más y más en la vida.
Mientras Juan revive en sus ojos una pequeña chispa de
aventura y agilidad al conocer todo esto, la señora solo lo observa desde la puerta en silencio. Lo acompaña
y cuida sin mencionar ninguna palabra. Lo reconoce.
Ella sale del cuarto para traer desde la cocina un vaso
de leche miel junto a un trozo de pan.
-Come- le dice tiernamente – estás hambriento y la
tristeza no te dejaba comer.